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La palabra es un acto (Gonzalo Arango)

Ni usted ni yo necesitamos presentación: tenemos tres cosas en común: esta tierra, la vida y la muerte. En eso somos semejantes, casi amigos. Al menos, hay que vivir con esa ilusión de amistad que es básica para la solidaridad humana.
¿Qué diré para empezar? Saint-Exupéry nos recuerda que cada palabra es un acto. Vamos, pues, a obrar en esta página. Para empezar, no diré nada que no sienta, única manera de ser leal a mí mismo, y a usted. No soy, por fortuna, un escritor asalariado. La libertad que defiendo contra viento y marea es mi única riqueza dentro de una miseria estoica y nada despreciable. Me edifica y me torna creador en la medida de mis carencias y mi sufrimiento. Hay que cantar en el sacrificio como los mártires que creen en algo más que la muerte, por ejemplo en un ideal de vida, en una causa espiritual. Y yo creo en la dignidad humana, ante todo, y estoy orgulloso de esta creencia que funda también la dignidad del arte.
Odio hipotecar la conciencia a los dividendos de la mentira y de la infamia. Prefiero escribir románticamente antes que comerciar con algo que para mí es sagrado: la libertad de ser y de pensar.
Si queda un valor en el espíritu humano que amo por encima de todo y de mí mismo, es esta libertad creadora, sin la cual no hay arte, ni verdad, ni belleza, ni nada que nos haga dignos de ser hombres.
En esta página voy a respirar por mis pulmones libres y hasta por la herida. No aceptaré ventiladores para refrescar la atmósfera refrescante y pútrida en que nos ahogamos. Ni me acogeré a las delicias de una aventura intelectual color de rosa para dar del mundo y de la sociedad una visión platónica, fatalista, o resignada. Pues los colores de nuestra época son oscuros a todas luces.
Tampoco dedicaré esta página a los deleites masoquistas de un pesimismo sistemático y sombrío que impida al modesto rayo de esperanza irrumpir en el horizonte de nuestra desesperación. La ingrata tarea de hundir más al hombre en una situación histórica sin porvenir no es misión del escritor. Al contrario, su misión es defender al hombre de toda amenaza y servidumbre realizada por los poderes omnipotentes de la historia, que utilizan su fuerza para destruir la del individuo y someterlo a una dictadura económica o de conciencia.
En esta encrucijada en que la razón del estado con sus dos aliados el capital y el poder tratan de seducir al intelectual situándolo en la alternativa de una opulencia deshonrosa o una miseria orgullosa, yo elijo la miseria simultáneamente con la dignidad, porque eso es lo que define nuestra razón de ser escritores y hombres. Esa dignidad que para Sartre es condición para que el hombre sea libre, es decir, libre de ser hombre.
Por eso, no ahorraré a mis palabras un aliento mortífero, in conformista y beligerante. Pero me sitúo desde ya del lado de la ternura humana, y de sus desesperadas ilusiones. no escribiré con base en una ideología prefabricada y dogmática que rompa las posibilidades de comunicación. Mis ideas van a oscilar entre todo y nada en busca de una verdad de vivir para algo y de escribir para la vida, y donde será igualmente legítima la duda, la afirmación y la negación.
Ustedes serán a veces víctimas de mis furores, pero también de mi admiración. seré avaro, implacable o generoso, pero siempre justo, siempre honesto, como debe ser la verdad, única manera de comprendernos. Ustedes, para quienes escribo, serán a la vez mis amigos o mis enemigos, en la medida en que seamos solidarios o no, con la causa del hombre y de su destino, que es nuestro destino común.
Tomado de la columna todo o nada, “la nueva prensa”, marzo 1964, página 59. archivo de prensa del movimiento nadaísta. Biblioteca pública piloto de medellín para América Latina.

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